domingo, 8 de septiembre de 2013

El Dios de las oportunidades

“Porque siete veces podrá caer el justo, pero otras tantas se levantará…” (Prov. 24:16, NIV).


Al abrir tus ojos en la mañana de hoy proclamaste que sería un día de bendición. Saliste de tu casa, al trabajo, hacer diligencias o hacer tu rutina diaria de ejercicios. Todo iba bien, pero ocurrió algo inesperado… le fallaste a Dios. Que triste es cuando sucede algo que no esperábamos. Cuántas veces nos ha pasado. ¡Muchas, verdad! Cuántas veces hemos fallado. Oramos y le pedimos a Dios que nos cuide para no fallar. Pero fallamos. Pedimos perdón y hacemos promesas tras promesas pero no cumplimos. Volvemos a caer. Nos preguntamos, ¿qué pensará Dios de nosotros? Nos sentimos tan mal que nuestra mente empieza a maquinar hasta sentirnos sin ánimo. Queremos hacer el bien pero fallamos. Poco a poco nos quedamos sin fuerzas. Caemos en el mismo pecado que le prometimos a Dios, que no volveríamos a caer.

Se nos viene todo encima. El desaliento se apodera de nosotros. Nos agobia el sentido de culpabilidad. Empezamos a sentirnos mal. Pensamos que volvimos a fallar y que somos indignos para ir a Dios. Ese sentido de culpabilidad trabaja en nuestra mente como los golpes de un martillo. Un golpe tras otro. Deseando querer hacer algo pero esos golpes nos dejan sin fuerzas. Golpes que nos dicen que deshonramos a Dios nuevamente. Sentimos vergüenza y no nos atrevemos pedir perdón a Dios porque creemos que hemos caído muy bajo. Nos desanimamos al desperdiciar las oportunidades que Dios nos ha dado. 
 
La Palabra de Dios dice que “…el diablo anda como león rugiente, buscando a quien devorar” (1 Ped. 5:8, DHH). Él está pendiente de todo lo que hacemos. Esperando el momento que caigamos para acusarnos. La Biblia dice que es “…el acusador de nuestros hermanos” (Apoc. 12:19, LBLA). El diablo conoce nuestras debilidades y aprovecha cada una de ellas para acusarnos cuando fallamos. Su rol, es tratar de desanimarnos, haciéndonos creer que somos unos fracasados. Es verdad que fallamos. Es verdad que oramos, prometemos y no cumplimos. Pero no es el fin. No te deprimas ni permitas que el diablo juegue con tu mente. Porque hay esperanza. Siempre la hay. El Dios de las oportunidades siempre está presente.

La Palabra dice que “…el Señor Dios es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado…” (Éxo. 34:6, 7, NVI). La Biblia declara que El Señor no tarda su promesa… que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9, JBS). Las Sagradas Escrituras afirman que “…siete veces podrá caer el justo, pero otras tantas se levantará…” (Prov. 24:16, NIV).

A través de la Biblia se presentan muchas historias que muestran la misericordia y el perdón de Dios. El Dios de las oportunidades. La historia que quiero compartir contigo presenta una gran lección y bendición para el caído. Una bendición para el angustiado que piensa que no hay más esperanza. Me refiero a la historia del rey Manasés. Esta historia ilustra como Dios, trabajó con este hombre hasta que se humilló y reconoció que el Señor es Dios. Yo creo en un Dios de misericordia. En un Dios que perdona. En el Dios de las oportunidades. ¡Bendito sea su SANTO NOMBRE!
 
El rey Manasés
Encontramos la historia del rey Manasés, en 2 de Reyes 21 y 2 Crónicas 33. El rey Manasés, fue el decimocuarto rey de Judá. Su nombre significa en hebreo “olvido o hacer olvidar”. El porqué del significado del nombre lo descubrirá más adelante.

Antes de seguir con Manasés, debo decir que su padre, Ezequías, fue un rey bueno y un buen reformador. Cuando murió fue honrado por toda la gente de Judá y Jerusalén (2 Crón. 32:33). Es lamentable, que el rey Manasés, no siguiera el buen ejemplo de su padre Ezequías. Porque Eze­quías, no solamente era uno de los mejores reyes de Judá, sino también un hombre de oración, un hombre de Dios.

Cuando leo la historia del rey Manasés, pienso que su desobediencia y apostasía es  inconcebible. Cuesta creer, pero la Biblia no miente. Este hombre desafió a Dios, en todo el sentido de la palabra. Fue tan malo o peor que el rey Acab y Jezabel. Porque mire que este hombre introdujo toda forma de idolatría en la casa de Dios. Si usted tiene un verdadero conocimiento del santuario terrenal o del tabernáculo sabrá a lo que me refiero. Estamos hablando de un desafío abiertamente desde temprana edad hacia el Dios Todopoderoso.  
La Biblia dice en 2 de Crónicas 33, que “el rey Manasés tenía doce años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén cincuenta y cinco años. Pero hizo lo que ofende al Señor, pues practicó las repugnantes ceremonias de las naciones que el Señor había expulsado al paso de los israelitas. Reconstruyó los santuarios paganos que su padre Ezequías, había derribado; además, erigió altares en honor de los baales e hizo imágenes de la diosa Aserá. Se postró ante todos los astros del cielo y los adoró. Construyó altares en el templo del Señor, lugar del cual el Señor, había dicho: «En Jerusalén habitaré para siempre.» En ambos atrios del templo del Señor, construyó altares en honor de los astros del cielo. Sacrificó en el fuego a sus hijos en el valle de Ben Hinón, practicó la magia, la hechicería y la adivinación, y consultó a nigromantes y a espiritistas.

La diosa Aserá
Hizo continuamente lo que ofende al Señor, provocando así su ira. Tomó la imagen del ídolo que había hecho y lo puso en el templo de Dios, lugar del cual Dios había dicho a David y a su hijo Salomón: «En este templo en Jerusalén, la ciudad que he escogido de entre todas las tribus de Israel, habitaré para siempre. Nunca más arrojaré a los israelitas de la tierra en que establecí a sus antepasados, siempre y cuando tengan cuidado de cumplir todo lo que les he ordenado, es decir, toda la ley, los estatutos y los mandamientos que les di por medio de Moisés.» Manasés descarrió a los habitantes de Judá y de Jerusalén, de modo que se condujeron peor que las naciones que el Señor destruyó al paso de los israelitas.” (vv. 1-9, NIV). “Además del pecado que hizo cometer a Judá, haciendo así lo que ofende al Señor, Manasés, derramó tanta sangre inocente que inundó a Jerusalén de un extremo a otro” (2 Rey. 21:16, NIV). Dice la Palabra que “El Señor les habló a Manasés y a su pueblo, pero no le hicieron caso” (2 Crón. 33:10, NIV).
 
 
Sacrificios al dios Baal
Es increíble pero cierto. Este hombre y el pueblo personificaron a Satanás en carne propia. Fue un desafío abiertamente hacia Dios. Un comportamiento irreverente. A la verdad que Manasés, fue un hombre rebelde. Manasés no sólo hizo lo malo ante los ojos de Dios, sino que se excedió en sus pecados hasta encender la ira de Dios (2 Cron. 33:6, NIV). Este hombre pecó directamente contra Dios. La vida de Manasés nos muestra lo terrible del pecado, incluso sus consecuencias. Cuando usted lee el capítulo 15 y versículo 4 del libro de Jeremías, notará que dice “…por causa de Manasés”. El pasaje bíblico trata de la destrucción de Judá. Pero ¿a quién se le imputa la culpa de esa destrucción a Manasés o al pueblo? Es cierto que el pueblo había caído en la idolatría, pero el Eterno le imputa la culpa a Manasés. Note como dice el texto “por causa de lo que Manasés hijo de Ezequías, rey de Judá, hizo en Jerusalén”. El pueblo fue destruido por causa de Manasés. Estas son las consecuencias del pecado de Manasés.
Nos preguntamos, ¿Por qué Manasés, asumió una actitud tan rebelde?, ¿Qué fue lo que pasó en la vida de este hombre?, ¿Por qué desafió a Dios de esa manera tan irreverente?, ¿A qué se debió su desobediencia?, ¿Por qué rechazó las advertencias que Dios le hizo?
 
Podemos inferir que su padre Ezequías, le hablaba a diario del Dios Eterno. Que cada día lo instruía en el camino correcto. Su padre era un digno ejemplo. Pero no todas las veces los hijos seguirán el camino correcto. Los educamos pero ellos eligen el camino a seguir. Hay quien sigue el consejo divino y hay quien elige su propio camino. Es triste decirlo, pero es la realidad. Está en nosotros la decisión de elegir y seguir el camino correcto. El camino que nos conduce a Dios.

La desobediencia de Manasés, lo hace culpable porque toda persona que se rebela contra Dios es culpable. Nunca se justifica la rebelión contra Dios. La Palabra dice: “Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa. A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón” (Rom. 1:20, 21, NVI). O sea, que de acuerdo con el apóstol Pablo, si los paganos no tienen ex­cusa, mucho menos los hijos de Dios.

La culpa de Manasés, era más severa porque su padre Ezequías, le había dejado un buen ejemplo. Pero su culpa se intensificó, aun más, por las advertencias que Dios le hizo y desobedeció (2 Crón. 33:10). Que Dios estaba disgustado con Manasés, ¡claro que sí! Dios le habló a Manasés, pero este no escuchó ni obedeció. Pero Dios tenía un plan. No era un plan muy agradable que digamos, pero era el plan de Dios. Manasés, no quería escuchar. Y Dios para llamar su atención, trajo un enemigo a invadir su pueblo. El enemigo encontró a Manasés, y se lo llevó prisionero. Pero no como cualquier prisionero. Le pusieron garfios y cadenas de bronce como a un animal (2 Crón. 33:10, 11, NIV).  Tremenda humillación para un Rey. 
 
Manasés es capturado
 
Sabes por qué te presento esta historia. Porque ahora veras cuan GRANDE es el AMOR de Dios. Y cuan MISERICORDIOSO es para con nosotros. Dice la Palabra con respecto a Manasés, que “Estando en tal aflicción, imploró al Señor, Dios de sus antepasados, y se humilló profundamente ante él. Oró al Señor, y él escuchó sus súplicas y le permitió regresar a Jerusalén y volver a reinar. Así Manasés reconoció que sólo el Señor es Dios” (2 Crón. 33:11, 12, NIV). Dios obra por senderos misteriosos. Durante el tiempo que estuvo Manasés, como prisionero pensó en lo que había hecho. Reconoció que había pecado contra el Altísimo. Manasés, pidió perdón a Dios. Solicitó su ayuda. Le dijo a Dios que estaba arrepentido de lo que había hecho. Pidió perdón a Dios y le solicitó que lo regresara a su reino. ¡Fue perdonado y restaurado a su reino! 
 
Manasés se humilla ante Dios
Esto es lo que pasa cuando nos humillamos ante la presencia del DIOS DE LAS OPORTUNIDADES. Él no nos desampara. Manasés vio y entendió que Dios es real y lo siguió. Cuando Manasés, hizo las cosas a su manera todo le fue mal. El pueblo le siguió y se desvió del camino correcto. Pero Manasés cambió. Empezó a vivir para Dios. Trató de ayudar a la gente para que también pudieran cambiar y empezaran a seguir a Dios. Como parte de su arrepentimiento quitó todos los ídolos de la tierra. Quitó el ídolo del templo de Dios, y dio ofrendas especiales y pidió al pueblo que adoran solo a Dios.
 
Manasés quitó los ídolos
“Porque siete veces podrá caer el justo, pero otras tantas se levantará…” (Prov. 24:16, NIV). Ves que no es el fin. Ves que hay esperanza. No te deprimas ni permitas que el diablo juegue con tus sentimientos. ¡Hay esperanza! El Dios de las oportunidades siempre está ahí. “…el Señor Dios es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado…” (Éxo. 34:6, 7, NVI). El Señor no tarda su promesa… que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9, JBS).

Tú puedes ser perdonado y cambiar tu vida como sucedió con el rey Manasés. Dios no tiene una regla para medir el pecado. Sabes que no hay pecado pequeño o grande. Para Dios, no hay un pecado más malo que otro. Pecado es pecado. No hay diferencia alguna si creemos que pecamos menos cuando decimos mentiras que cuando se asesina a alguien. El pecado es pecado y le desagrada a Dios. Pero no te desanimes por cuantas veces has fallado. Dios no se la pasa contando cuantas veces has caído, o cuantas veces vas a caer. Cristo murió por ti para perdonarte, redimirte y salvarte. Dios hizo provisión en Cristo para que no estuviéramos separados de Él, por causa del pecado. Si vamos a Dios, y nos humillamos de corazón pidiendo perdón, Él nos perdonará. Incluso, la Biblia dice que no se acordará más de nuestros pecados (Heb. 10:17). Que “...volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miq. 7:19, RVR 1960).
 

Dios no sólo olvida nuestro pecado, sino que lo usa para hacernos mejores. Note lo que pasó con Manasés. Se humilló y pidió perdón. Dios lo perdonó y olvidó sus pecados. Porque eso es lo que Dios ha prometido: “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Isa. 43:25, RVR 1960). Tal vez, por eso su nombre Manasés, significa en hebreo “olvido o hacer olvidar”. Dios no solo lo perdonó, sino también lo liberó de la prisión después de 12 años de cautiverio en Babilonia. Lo restauró a su reino. Esto no significa que recuperaremos todo lo perdido, pero sí que seremos restaurados y vueltos a nuestro lugar. Luego, ¿qué fue lo que hizo Manasés? Se preparó para reconfortarse (2 Crón.33:13-16, NVI). Destruyó los dioses paganos. Quitó el ídolo que había colocado en la casa del Eterno. Aborreció a todos los ídolos que había adorado. Restauró el altar del Eterno. Restaurar, palabra importante. Todo cristiano cuyas obras y conciencia han sido lavadas con la sangre de Cristo, debe proceder inmediatamente a restaurar a quienes haya dañado.
No debemos perder la confianza en Dios. El enemigo estará todo el tiempo martillando nuestra conciencia y fastidiando la paciencia para que le fallemos a Dios. Cuanto sientas que has caído de nuevo, ve a la Palabra de Dios, porque es "como martillo que quebranta la piedra" (Jer. 23:29). Es la Palabra de Dios, la que convence de pecado. La que nos lleva al arrepentimiento. La que alimenta nuestro espíritu. Note lo que dice la Palabra: “Para ti, la mejor ofrenda es la humildad. Tú, mi Dios, no desprecias a quien con sinceridad se humilla y se arrepiente” (Sal. 51:17, TLA).
No son la veces que hayamos caído, sino cómo nos levantaremos nuevamente. Siete veces podrá caer el justo, pero otras tantas se levantará. Es lo que Dios espera de nosotros. Por supuesto, nos levantaremos con su poder. La Palabra dice: “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de YHWH ha nacido sobre ti” (Isa. 60:1, RVR 1960).  
Espero en el Señor, que en estas palabras encuentres un Oasis espiritual para tu vida. Que sean de gran bendición. Que el Dios de las oportunidades te bendiga grandemente. Que la gloria de Dios sea sobre ti, y alumbre tu camino. Y recuerda: “Porque siete veces podrá caer el justo, pero otras tantas se levantará…”. Ves que hay esperanza en Cristo Jesús. Levántate, resplandece para que todos vean la gloria de Dios en ti. 
Bendecido en Cristo Jesús.  
 

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