domingo, 20 de octubre de 2013

Si quieres ser libre, debes aprender a perdonar, porque perdonar es divino

La Palabra de Dios dice: “Sean comprensivos con las faltas de los demás y perdonen a todo el que los ofenda. Recuerden que el Señor los perdonó a ustedes, así que ustedes deben perdonar a otros” (Col. 3:13, NTV).


Si queremos ser libres debemos aprender a perdonar, así como nuestro Señor Jesucristo nos perdonó. Escribir o hablar sobre el perdón no es cosa fácil. Porque el perdonar es una vivencia. Es tener una experiencia personal con Dios a diario.
Espero en Cristo Jesús, que este tema sea un ‘Oasis’ de bendición para tu vida. Que lo puedas compartir con todos aquellos con quien te relacionas.
Tuve la oportunidad de leer el libro “Perdonar para ser libre”, de David Augsburger.[1] El autor presenta algunos ejemplos prácticos para aprender a perdonar y así librarse de sentimientos como el rencor, hostilidad, prejuicio y culpa. Afirma que perdonar es raro porque no consiste en tomar el camino fácil de mirar hacia otro lado cuando se nos hace algo malo. El perdonar no es simple cortesía. Tampoco es lo mismo que el simple olvidar. Olvidar es el resultado del perdón total, nunca es el medio para llegar a ello. Es el paso final no el primero. Jamás digamos, “olvídalo, no tiene importancia”. Hacer a un lado o ignorar el mal es esencialmente deshonesto.

Augsburger, sostiene que el perdón verdadero es la cosa más dura y difícil del universo, porque nuestras ideas de justicia tiran en sentido contrario. El  perdón no dice: “Me has hecho mal; ¡Que pague!”, sino elige sufrir en silencio, y esta es una de las decisiones voluntarias más difíciles para nosotros, la de aceptar el sufrimiento inmerecido. Expresa que el perdón es algo costoso porque el hombre que perdona paga un precio tremendo, ¡el precio del mal que perdona! Entre los ejemplos que expone, escogí el que vas a leer ahora, porque a mi entender es trascendental para el cristiano. “Supongamos que le arruino la reputación a alguien. Para perdonarme, esa persona tiene que aceptar plenamente las consecuencias de mi pecado y dejarme libre de culpa y castigo”. Al perdonar, tenemos que cargar con nuestra ira ante el pecado del otro, aceptando voluntariamente la responsabilidad por el daño que se nos ha hecho.

Esto fue lo que hizo Jesús por usted y por mí, cargar con nuestra ira cuando murió por nosotros_ “… el Señor cargó en Él el pecado de todos nosotros” (Isa. 53:6). El perdón es costoso porque opera en base de una sustitución. Todo acto de perdón, humano o divino, es por su propia naturaleza vicario, sustitutivo”. Nadie jamás perdona realmente a otra persona, a menos que lleve sobre si la culpa del pecado que otro cometió contra él. El solo hecho de admirar lo bello no mejorará nuestro aspecto; el solo hecho de respetar algún ejemplo de bondad no mejorará nuestro carácter. Necesitamos ayuda para poder liberarnos de nosotros mismos y de nuestro pecado a fin de que podamos ser como Él. Por eso, necesitamos ser perdonados.

Perdonar implica eliminar todos los sentimientos y pensamientos negativos hacia la otra persona. El resentimiento, el odio, el deseo de venganza deben desaparecer con el perdón genuino. Para lograr esto hay que solicitar la ayuda de Dios. Recuerde que “en él vivimos, nos movemos y existimos…” (Hec. 17:28, NTV). Jesús dijo: “… sin mí, nada podéis hacer…” (Jn. 15:5, RVA). La Palabra de Dios declara que “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filp. 4:13, RVR 1960). Dependemos del poder de Dios para perdonar. Si queremos ver a Dios cara a cara hay que perdonar.

A veces escuchamos decir: “perdónense y hagan las paces”. ¡Sabían que el perdón no necesita de la paz, ni depende de la reconciliación! Va más lejos de la restauración de la relación. Esto lo vemos en Jesús, como nuestro mayor ejemplo. A Jesús lo torturaron. Lo ridiculizaron cuando pendía de la cruz. La gente que lo llevó a la cruz fueron aquellos mismos que había intentado amar. No obstante, demostró su gran amor cuando dijo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Luc. 23:34).

El Dr. Pablo Martínez Vila, en su artículo “Perdonar y pedir perdón”[2], afirma que la paz no siempre es posible. Que a pesar de la mejor disposición que uno pueda tener, hay ocasiones cuando no se logra restaurar una relación rota. El apóstol Pablo ya lo deja entrever en su clara exhortación a la paz: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Rom. 12:18). Pablo, hombre versado en mil conflictos, inicia el versículo con dos notas previas: “si es posible” y “en cuanto dependa de vosotros”. Estas dos pequeñas cláusulas le dan un toque de realismo imprescindible y nos liberan de expectativas exageradas. La paz no siempre es posible sencillamente porque es cosa de dos, no depende de una sola parte. Nuestra responsabilidad (lo que se espera de nosotros) es intentarlo, tomar la iniciativa, hacer todo lo posible para llegar a «estar en paz con todos los hombres». Los resultados ya no están en nuestras manos. Aunque la reconciliación no sea posible, siempre hay algo que el cristiano puede y debe hacer: perdonar.

De acuerdo a Deborah J. Thompson[3], el aprender a perdonar como Dios perdona, nos ayuda a crecer en madurez y gozo. Perdonar glorifica a Dios, pues demuestra que Dios satisface más tu alma que el resentimiento y la revancha. El perdón nos permite tomar el control de nuestra propia vida y evita que las acciones de otros rijan nuestra actitudes, acciones, y formen nuestro temperamento. Aunque es una de las lecciones más importantes de la vida, a algunos les toma toda la vida aprenderla.

Thompson, dice que si hay algo en nuestra vida sobre lo que debemos perdonar a alguien, que respiremos profundamente, pidámosle ayuda a Dios y nos liberemos de ello. Algunos pueden pensar que perdonar nos hace más débiles. Sin embargo, tomar la acción de perdonar no es un acto pasivo de debilidad. Por el contrario, perdonar es una decisión que implica firmeza, motivada por una preferencia consiente de ser la clase de persona que refleja la imagen de Dios en cada acto de su vida. Es mucho más fácil ceder a la urgencia infantil de la ira que elegir el perdón maduro y amoroso que surge de un corazón anclado en el amor de Dios. Solo los fuertes pueden hacerlo sin titubear.

No podemos vivir el presente y desarrollar el futuro si todavía vivimos en función de nuestro pasado. Tomar la poderosa decisión de perdonar es un momento de definición, liberador, en que retomamos el control de nuestra propia vida y emociones. No tenemos que condonar el comportamiento del otro, ni siquiera estar de acuerdo con sus puntos de vista y elecciones. Podemos alejarnos de una persona, mudarnos, divorciarnos y aún perder todo contacto, pero nunca seremos realmente libres del dolor hasta que hallemos la manera de perdonar a aquella persona. Nunca podremos trascender las circunstancias que nos causaron tanto dolor y agonía hasta que verdaderamente perdonemos a nuestro agresor.

Podemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance. Pero no podemos obligar a nadie a que nos perdone. Lo único que podemos hacer, por la gracia de Dios, es perdonar.

Si queremos reconciliarnos con Dios, debemos hacer algo primero, perdonar al prójimo, incluso a nosotros mismos. Cada uno escoge perdonar (Mat. 6:12, 13). Cuando perdonamos a los que nos ofenden perfeccionamos el perdón de Dios en nosotros (Mat. 6:14, 15). Si no perdonamos al prójimo seremos como piedra de tropiezo en nuestro servicio a Dios (Mat. 5:23, 24). Hay que tener confianza en Dios, porque la misericordia triunfa sobre la justicia (Sant. 2:13).

En el párrafo anterior mencioné que si queremos reconciliarnos con Dios, lo primero que debemos hacer es perdonar al prójimo y a nosotros mismos. A veces se nos hace más fácil perdonar al prójimo que a nosotros mismos. En un artículo que leí, del escritor católico el Padre Robert De Grandis[4] decía que “Muchos cristianos pueden perdonar fácilmente a otros, pero no a sí mismos. Tal vez, ésta sea uno de los aspectos más difíciles para los cristianos. Aunque comprenden que el Señor Jesús los ha perdonado, no son capaces de perdonarse a sí mismos por sus pecados y ofensas. La  experiencia muestra que esto puede ser un obstáculo grande para recibir el amor sanador de Jesús”.

De Grandis menciona que “Otro de los obstáculos en la oración de sanación por heridas y dolores es el resentimiento subconsciente hacia Dios. Esto es muy común y no debemos sentirnos culpables. Objetivamente, todos sabemos que Dios es perfecto y que no puede equivocarse, sin embargo, subjetivamente vemos que algunas cosas como la muerte de un ser querido, una oración no escuchada y otros problemas, como heridas y dolencias nos aparecen como impuestas por Dios. Intelectualmente sabemos que estamos equivocados, pero las emociones de resentimientos y faltas de perdón permanecen y actúan como obstáculos para la sanación, hasta que expresamos el perdón por todo aquello que vemos como resentimiento hacia Dios”.

Lo que afirma De Grandis, es transcendental para el cristiano. Cuando usted perdona al prójimo y se perdona a usted mismo hay sanación. Es liberado de ataduras porque perdonar es sanar. Y esto se logra con la ayuda del Espíritu Santo.

Ore a Dios para que lo ayude a perdonar. El cristiano debe ser una persona de oración. Jesús dijo: “Cuando estén orando, primero perdonen a todo aquel contra quien guarden rencor, para que su Padre que está en el cielo también les perdone a ustedes sus pecados” (Mar. 11: 25, NTV). De acuerdo a este pasaje bíblico, la idea es que si no perdonamos, tampoco recibiremos el perdón de Dios.

"El perdonar no borra el mal hecho, no quita la responsabilidad al ofensor por el daño hecho ni niega el derecho a hacer justicia a la persona que ha sido herida. Tampoco le quita la responsabilidad al ofensor por el daño hecho... Perdonar es un proceso complejo. Es algo que sólo nosotros mismos podemos hacer...Paradójicamente, al ofrecer nuestra buena voluntad al ofensor, encontramos el poder para sanarnos... Al ofrecer este regalo a la otra persona, nosotros también lo recibimos".[5]

Si queremos ser liberados de las ataduras del rencor, el odio y la venganza, debemos aprender a perdonar, así como nuestro Señor Jesucristo nos perdonó. Perdonar es sanar.

Recuerda, Dios el Todopoderoso tiene un propósito contigo. No estás en este mundo por casualidad. Estás aquí porque Dios tiene un propósito y quiere decirte que ahora es el TIEMPO, pero va a depender de ti, que su propósito se cumpla. El Poderoso de Israel está haciendo su parte y espera por ti.   

Querido amigo(a), espero en Cristo Jesús, que este tema sea un ‘Oasis’ de bendición en tu vida espiritual. Que Dios, quien comenzó la buena obra en ti, la continúe hasta que quede completamente terminada el día que él vuelva (Fil. 1:6).

¡Dios te bendiga!




[1] . Título original: “The Freedom of Forgiveness”, de David Augsburger, Publicado por Moody Press y © 1970 por Moody Bible Institute, Chicago, Illinois. Edición en castellano: “Perdonar Para Ser Libre”, © 1977 por Moody Bible Institute y publicado con permiso Editorial Portavoz, filial de Kregel Publications, Grand Rapids, Michigan 49501. Todos los derechos reservados. 
[4] . Citado en pjdelcarmen.webs.com/PERDONARESSANAR.doc
[5] . Tomado del libro “Sanación Inter generacional”, por el Padre Robert DeGrandis S.S.J. y Linda Schubert. Recuperado en http://www.valores.humanet.co/perdon.htm

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