sábado, 8 de marzo de 2014

Mi testimonio
Las Sagradas Escrituras dicen que el ladrón (el enemigo) vino para hurtar, matar y destruir (Juan 10:10). El diablo sabe que su tiempo es limitado: “! Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (Apocalipsis 12:12, RVR 1960). No estamos exentos de sus ataques: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar…” (1 Pedro 5:8, RVR 1960). También dice: “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes” (Efesios 6:13, RVR 1960).

El día que fallé en ponerme la armadura de Dios fue el día malo y terrible para mí. Hay un día malo como dice el pasaje bíblico. Entiendo que no se trata de que el enemigo pueda en todo tiempo y a cada momento atacarnos sin cesar durante toda nuestra vida. Dios sabe que no podríamos resistir algo así. Aunque la Palabra dice: “Para todo tengo recursos en Él que me da las fuerzas”  (Filipenses 4:13).

En la mañana del sábado, 16 de noviembre de 2013 me encontraba en mi casa, escribiendo en mi dormitorio. No me sentía bien. Mientras escribía escuché el timbre de mi teléfono celular. Era una excompañera de trabajo. Me llamaba para saludarme y saber cómo estaba. Me preguntó qué estaba haciendo. En ese momento le contesté que estaba escribiendo algo relacionado con el suicidio. Por supuesto, no le dije que escribía una nota suicida. Hablamos y la despedí para seguir escribiendo.     

La nota dice así: [¿Por qué me quité la vida? Estoy pasando por una situación difícil y muy fuerte. Es mejor estar muerto que estar vivo. Estas son mis últimas palabras. Las palabras de una persona que sufrió a pesar de haber doblado rodillas ante Dios. Decepcionado de Dios y la vida. Una persona que sufrió a pesar de haber buscado ayuda entre aquellos que dijeron ser mis compañeros y amigos.  
Que triste es vivir en carne propia todo esto cuando sabes que lo harás. Aun pensando en la familia, hijos y personas que me aman. Que triste es sentir la frialdad en las palabras de aquellos que se comprometieron en ayudarme y luego me dieron la espalda. Me entristeció mucho escuchar a tantos hipócritas y mentirosos diciendo: “No te preocupes yo te voy ayudar”. “Ten fe eso pasará pronto”. “Estoy orando por ti… ya verás que todo va a salir bien”. Miserables mentirosos que todo lo quieren resolver con palabras. Me dolió mucho escuchar a los expertos citando la Biblia pero no se dignaron en ayudarme. A los que decían que estaban orando por mí en la iglesia pero se quedaron entre las paredes y no se dignaron en ayudarme. ¡Tan siquiera unas palabras de aliento! Que triste fue vivir en carne propia todo esto. ¡Que vida tan miserable! ¡Que gente tan miserable! ¿Qué sentido tiene vivir así?
Pero como siempre sucede, cuando ya es tarde, son los primeros que dicen: “se quitó la vida porque no tenía fe”. Miserables, cuánto pudieron haber hecho por mí pero me dieron la espalda y ahora se consuelan diciendo: “se quitó la vida porque no tenía fe”. Podían ayudarme cuando estaba en su mano hacerlo pero me dieron la espalda y ahora se consuelan diciendo: “se quitó la vida porque no tenía fe”.          
¿Por qué pensé en el suicidio? Porque perdí la esperanza de vivir. Porque la vida no tenía sentido para mí. Porque Dios no estaba cuando lo necesité. Fue un dolor inmenso que no solo se sintió por dentro, sino también por fuera. Dolor que nadie pudo percibir. Dolor que poco a poco me destruyó. Lo intenté pero no vi la luz. No supe qué hacer ni a dónde ir. Sé que el suicidio no era una opción. Le pido perdón a mi familia y a las personas cercanas. Sé que pensarán al igual que todos: “Se quitó la vida por razones que hubiera podido resolverse de haber aguantado un poco más. Lo último que se pierde es la esperanza”. ¿Aguantar un poco más? Cuando tuvieron todo a su alcance para ayudarme y no lo hicieron. ¿De qué esperanza hablan? Cuando confié en que me ayudarían y no lo hicieron. A la verdad, pasaron muchas cosas. Pero de algo pueden estar seguros; pasarán años preguntándose qué pudieron haber hecho para ayudarme…]
Esto fue lo único que escribí sin haber terminado. Ya verán el por qué no terminé de escribir la nota. Ese mismo día en horas de la tarde recibí una llamada de la persona que se había comunicado conmigo en la mañana. Quería hablar conmigo porque se había quedado preocupada. No solo llamó, sino que se presentó al lugar. Para mí fue bien fuerte. Tener a esa persona de frente me rompió el alma. Trataba en todo lo posible de hablar conmigo. Preguntaba vez tras vez cómo me podía ayudar sin saber lo que pasaba por mi mente. Yo solo pensaba en terminar la nota suicida. Le dije a la persona que todo estaba bien. Por salir de ella. Que se fuera tranquila. Que no se preocupara. Y ella se fue. Pero los pensamientos suicidas estaban ahí. Regresé al dormitorio y continué redactando la nota.
Más tarde, como a las 4:30 pm me llama otra persona. Era un excompañero de trabajo. Me saludó y me invitó para su casa. Créame que yo no sabía qué hacer ni qué decirle. Estaba recostado sobre mi cama escribiendo y llorando cuando llamó. Era la segunda persona que me interrumpía en el día. Acepté su invitación. A las 4:51 pm salí de mi casa para encontrarme con mi amigo en cierto lugar porque no recordaba donde vivía. Lo que no entendía era el por qué insistía en verme.
Llegué al lugar y lo llamé de mi teléfono celular. Cuando llegó nos saludamos y hablamos. Fue poco lo que hablamos porque él tenía que irse debido a la salud de su esposa. Traté de ser fuerte. No quería llorar frente a mi amigo pero fue imposible. Él no sabía por lo que yo estaba pasando pero le doy gracias a Dios por haberlo enviado. Después que nos despedimos, al dirigirme a mi casa me detuve al lado de la carretera. Comencé a llorar. Créame que lloraba pero a la misma vez le daba gracias a Dios por enviar a estas personas. Si no hubiese sido así este servidor estuviera muerto. Me hubiese quitado la vida. Esa era mi intención. Yo sé que esto es fuerte para las personas que me conocen. Más para mi familia y mis hijos cuando lean esto. Pero es una experiencia que no puedo callar.
He pedido perdón a Dios por esta situación. Le agradezco a Dios por haberme ayudado y bendecido. Le doy gracias a Dios por haber enviado ese día a mis excompañeros de trabajo la maestra Maryluz Villanueva y al maestro Andrés Acevedo. Ellos se estarán enterando en este momento a través de este escrito. Sé que son personas de oración. Personas que le sirven de corazón a Dios. Dios los envió para que me libraran del suicidio sin ellos saberlo. He pedido perdón a Dios por esto. Y no me canso de darle gracias por haberme rescatado de la muerte. Sé que es fuerte pero es mi deber decirlo para la gloria de Dios.
El domingo, 24 de noviembre de 2013 después de haber terminado de trabajar en el patio pasé por una terrible experiencia. Fue algo que no esperaba. Me parece que estaba en el cuarto de baño o entre este y el pasillo. Sé que de momento sentí una fuerte presión en la cabeza. Me sentía mareado. Sentía que me quedaba sin aire y la presión en mi cabeza se intensificaba. Era algo terrible. Sentía que la vida se me iba. Estaba asustado. De la misma desesperación comencé a golpear la pared y a rogarle a Jesús que no quería morir. Sentía un miedo terrible porque la vida se me iba y no podía hacer nada. En la desesperación le rogaba a Jesús por mi vida. Le decía: “No Jesús, no, no, no…” “No quiero morir” “Ahora no, por favor, ahora no”. “Perdón, pero no quiero morir”. Se lo pedía desesperadamente. Cada segundo era terrible. Sentía que la vida se me iba y no sabía qué hacer. Luchaba por sobrevivir. Daba golpes en la pared como un niño desesperado. Me aferraba a la pared como si fuera el pecho de Jesús rogándole por la vida. Estaba pasando por una situación terrible. Luchaba por la vida. No quería morir. En fracciones de segundo vino a mi mente cuando Jesús pendía de la cruz. Créame que se apoderó en mí un sentimiento de culpa terrible. Me sentí indigno y sucio. Porque días antes yo quería terminar con mi vida y ahora estaba aferrado a no perder la misma. Fue un sentimiento de culpa terrible. El solo pensar que Jesús murió en la cruz como ofrenda de sacrificio para que yo pasara de muerte a vida me marcó. Me hizo temblar. Ese sentimiento de culpa fue tan profundo e indigno que pude comprender lo que Dios me quería mostrar. Entre el lloro y la desesperación Dios me mostró el valor de la vida. A través de esa experiencia me mostró que Él quita la vida y la da como dice su Palabra “El Señor quita la vida y la da; nos hace bajar al sepulcro y de él nos hace subir” (1 Samuel 2:6).
Conocer a Dios de oídas es una cosa pero conocerlo personalmente va mucho más allá de nuestra limitada comprensión. Creer en las promesas de Dios por medio de la fe es una cosa. Pero experimentar esa fe en la vida o como se dice “en carne propia” es otra cosa. Yo sé que mi Redentor vive y que mi Dios es real. Después que entendí su propósito todo cambió. La fuerte presión que sentía en la cabeza desapareció. El mareo desapareció y la respiración se normalizó. Me dirigí a mi dormitorio. Me recosté sobre la cama para poder internalizar lo sucedido. Me levanté y doblé rodillas para agradecer a Dios por la vida. Para agradecerle también por aquellas personas que envió.  
Nosotros estamos acostumbrados a citar pasajes bíblicos para ayudar otros. Pero no es lo mismo cuando tú pasas por el proceso o la experiencia. Cuando tú lo experimentas en tu vida, es otro sentir. Hay un pasaje bíblico que dice: “Clama a mí y yo te responderé…” (Jeremías 33:3). No es lo mismo citar el pasaje bíblico que pasar por la experiencia de vivirlo en carne propia. Dios escuchó mi clamor y respondió con amor y bondad. Dios ha sido misericordioso conmigo. ¡Bendito sea su santo nombre! Esta situación ha sido una experiencia única. Es como volver a nacer. Por la misericordia de Dios he tenido la bendición de volver a nacer para dar testimonio de su gran poder, bondad, amor y misericordia.
Nunca pensé que caería tan bajo en el sentido de querer quitarme la vida. La Biblia dice: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9). La frustración, la impotencia ante tanta injusticia, engaños, discrimen, represalias. Acoso en instituciones religiosas y privadas contra este servidor por no querer mentir y cometer fraude. Gente que se valen de la mentira y el engaño para destrozar tu vida. Personas que cargan con la Biblia pero son agentes satánicos refugiados en la mentira para destrozarte. Personas que ponen miles de obstáculos para verte caer y sufrir. Te cierran las puertas para que no haya esperanza alguna. No es justo, Dios y lo sabes. No se vale. Cuando le pierdes sentido a la vida no esperas nada más y punto. Te encierras en esos pensamientos desbastadores. No ves más allá. Piensas en el suicidio. Es una situación terrible. Esos pensamientos te nublan la mente. Lo digo por experiencia. Porque me gusta escribir mensajes positivos y artículos para ayudar a las personas espiritualmente. Pero ese día se me nubló la mente. El enemigo hizo todo lo posible para mantenerme ocupado con los pensamientos suicidas. Créame que por mi mente no pasaba nada de la Biblia, ni tan siquiera algo de mis escritos. Mis pensamientos estaban oscuros, nublados. Pero a pesar de esa oscuridad espiritual sé que Dios estuvo ahí. Perdóname Dios, no te sentí a mi lado pero estabas ahí.             
Por lo general, soy una persona cuidadosa con mis cosas pero esta experiencia no la puedo callar. Después que llegué a mi casa aquella tarde, tomé mi computadora y borré la nota. Pensé que había borrado todo. No quería recordar nada de lo sucedido. Pero en la mañana, cuando comencé a trabajar en mi computadora, vi la nota en un lugar que pensé que la había borrado y dije: ¡No puede ser! ¡Será que Dios lo quiso así! Hoy puedo dar testimonio con más razón porque esa cosa que no borré, que no terminé de escribir y que no quisiera mencionar más, está escrita aquí como evidencia. Pero la mayor evidencia es que hoy vivo por la gracia y misericordia de Dios. Hoy puedo dar testimonio que Dios es real. A Él sea la gloria, el poder y la honra por los siglos.    
A las personas que estén leyendo este escrito les pido perdón y que continúen orando por mí. No es mi intención hacer sentir mal a nadie. Solo doy mi testimonio para mostrar una vez más cómo es que Dios interviene por sus hijos. Yo sé que hay muchas personas pasando por situaciones fuertes y difíciles que piensan en el suicidio. Otros tan siquiera lo piensan y se quitan la vida. Pero también sé que muchos han logrado ser rescatados por la gracia de Dios. Yo soy uno de ellos. Yo testifico en el nombre de Aquel que está sentado en el trono, en el nombre de mi Dios y Salvador Jesús que he sido rescatado de la muerte. Puedo decir como el salmista: “Pues me rescataste de la muerte; no dejaste que mis pies resbalaran. Así que ahora puedo caminar en tu presencia, oh Dios, en tu luz que da vida” (Salmos 56:13, NTV). ¡Bendito sea su nombre!
Solamente les pido que traten de ver más por su familia, compañeros, amigos y demás. Procure más por los suyos y por los que no son suyos. Esto ha sido para mí una experiencia terrible pero a la misma vez le doy gracias a Dios por su gran misericordia para conmigo. No es fácil escribir sobre este asunto pero tampoco lo puedo callar. No es común querer quitarse la vida. Menos para este servidor. Créanme que es terrible. Sumamente fuerte.
Hay personas que necesitan que se les hable de la palabra de Dios. Pero no solo eso, hay que poner la palabra de Dios en acción. Hay personas que necesitan un toque, una palmada o un saludo. Sin embargo, la mayoría de los cristianos están acomodados solamente a su diario vivir. Metidos en las cuatro paredes del templo y nada más. Posiblemente estas palabras sean de ofensa para muchos. Pero el evangelio es solo uno, y es que hay que preocuparse por los demás (Mateo 25:31-46). 
En cuanto a esta experiencia debo decir lo siguiente: no hay duda de que Dios usa a sus hijos como instrumento. Debo señalar que las personas que Dios envió no sabían cuáles eran mis intenciones. No sabían por lo que estaba pasando ese día. El asunto es que yo sabía que ellos estaban ajenos a la situación y cuando los vi comencé a llorar. Es que el sentir la presencia de Dios hace llorar hasta el más duro de corazón. Ellos no sabían nada pero estaban ahí. Cada cual llegó en un momento dado. En el momento preciso por Dios. Porque Dios tiene todo en control. Es una experiencia única. No sabes cómo reaccionar. Es algo que no esperas. No sabes qué hacer ni qué decir. Esas personas estuvieron ahí conmigo y me vieron llorar pero solo Dios sabía cuáles eran mis pensamientos.  
Dios ha sido maravilloso conmigo. Es por experiencia propia que puedo decir: “De oídas te había oído; pero ahora mis ojos te ven” (Job 42:5, RVR 1960). Alabado sea el nombre de Cristo. Santo, Santo, Santo es su nombre. Bendito el que vive para siempre. Te amo mi Dios y Salvador Jesús. Gracias, Señor “porque (tus) misericordias jamás terminan, pues nunca fallan (tus) bondades; son nuevas cada mañana; ¡grande es tu fidelidad!” (Lamentaciones 3:22-23). Gracias Dios. Sabes que te amo mi Dios porque tú me amaste primero (1 Juan 4:19).
Espero que mi testimonio te ayude a valorar la vida. Que sea un bálsamo en la vida de aquellos que han pasado por esta experiencia y cale profundo en la mente de aquellos que están pensando en hacerlo. Amigo, el día malo vendrá pero no atentes contra la vida. No te dejes seducir por el enemigo. Al enemigo no le importa si sufres o cuánto sufres. Lo que le importa es que sufras para alejarte de Cristo. No le importa si caíste o cómo caíste, sino que caigas y no te levantes. No le importa si lloras de tristeza o cuánto tiempo llevas llorando. Lo que le importa es sembrar la tristeza en tu corazón para que mueras en tu dolor. No te dejes seducir por el enemigo.
Yo sé que recordaré ese día como “El día que fallé en ponerme la armadura de Dios” pero también lo recordaré como “El día en que Dios me cubrió con su manto de justicia (su armadura)” (Isaías 61:10). Gracias a mi Dios y salvador Jesús. Gracias, Dios por enviar a esas personas. Gracias, Dios por un nuevo amanecer en mi vida. ¡Bendito sea su nombre!       

¡Que Dios te bendiga!